
JORGE LUIS BORGES: Primera Edad.
Por Waldemar Verdugo Fuentes
Friday, March 21, 2014
EN VOZ DE BORGES fragmento por Waldemar Verdugo Fuentes

Friday, January 27, 2006
EN VOZ DE BORGES
FORASTERO EN EL SIGLO XX
(Primera Edad)
(Fragmento Publicado en Revista VOGUE-México)

ILUSTRACIONES: Fragmentos en Papel Vegetal y
Collage de Waldemar Verdugo Fuentes Serie EL VIEJO BORGES).
"PUESTO QUE NO SOMOS INMORTALES
TODO LO QUE DECIMOS ACERCA DE LA
MUERTE HA DE SER, NECESARIAMENTE, PROFÉTICO". (Borges)
(Primera Edad)
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Jorge Luis Borges y Waldemar Verdugo Fuentes. |

Jorge Luis Borges en 1902, a los tres años de edad, en Buenos Aires: "De niño, en mi vida surgieron los laberintos por un grabado de la Casa Garnier que había en la biblioteca de mi padre. Era un libro en cuya portada se veía un edificio parecido a un anfiteatro y lleno de grietas; era un edificio alto pues su altura superaba a los animales y a los hombres y a unos cipreses que se veían. El ciprés es el único árbol que no da fruto, pero se mantiene perennemente verde. Junto a ellos aparecían las paredes. A mí me parecía que si hubiese tenido una lupa, hubiera podido ver dentro de ese laberinto al minotauro". Abajo izquierda: "Borges", dibujo de Norah Borges, año 1923.
ILUSTRACIONES: Fragmentos en Papel Vegetal y
Collage de Waldemar Verdugo Fuentes Serie EL VIEJO BORGES).
"PUESTO QUE NO SOMOS INMORTALES
TODO LO QUE DECIMOS ACERCA DE LA
MUERTE HA DE SER, NECESARIAMENTE, PROFÉTICO". (Borges)
JORGE LUIS BORGES: PRIMERA EDAD

Waldemar Verdugo Fuentes
FORASTERO EN EL SIGLO XX
PRIMERA EDAD
El viejo Borges llora con la misma frecuencia que ríe. Estuvo muy entretenido por una revista que compramos en la calle Florida, en la cual escriben que durante su juventud había llevado una pletórica vida sexual. Dice él:
-Me divierte mucho cuando me involucran en
chismes domésticos; por ellos me he informado de unas cuantas cosas que ha hecho Borges sin tener la
delicadeza de invitarme. Del sexo solo sé aquellas cosas que sabemos todos los
hombres, claro, a mi edad, un acto sexual es un acto de fe. La verdad es que,
con relación a mi vida íntima, yo me distraigo falseando y tergiversando
historias ajenas, algunas veces sin justificación estética. Y si hay algo que
pueda alegar en mi favor, es que a ello he dedicado mi vida entera. No quiero
decir que he sublimado el sexo, esas son tonterías, mejor digamos que yo
escribo para distraerme del amor. Porque le puedo decir que no ha pasado un día
en mi vida en que no haya estado enamorado.
-A usted no parece molestarle hablar de su
vida privada.
-Por supuesto que no. Los detalles íntimos
siempre interesan al lector, aunque no sean verdad.
-¿Qué relación existe entre el sexo y el
amor?
-¡Toda hombre, toda!
-Entonces, ¿es válida la literatura erótica?
-Bueno, ¿por qué no? Si se hace bien, como
la hizo Whitman, por ejemplo.
-¿Qué se debe entender por si se hace bien?
-Se hace bien cuando está movida por una
idea más vasta. Pero si se escribe pornografía, como la usual en nuestra época,
entonces la cosa cambia. Quizás alguno pueda decir que a Whitman se le fue un
poco la mano, pero a mi no me parece. Emerson le preguntó por qué no eliminaba
lo erótico de sus poemas, Whitman entonces le respondió que si lo omitía debía
excluir también el universo, y como no quería eliminar una cosa tan vasta...
-A usted se le ha acusado de un abuso de la
violencia en lo que escribe.
-Son habladurías. ¿Usted recuerda un cuento
mío que se llama La intrusa? Por cuentos como ese me han acusado de violento;
es la historia de dos hermanos que matan a una mujer para que no se interponga
entre su amistad. Pues bien, si yo fuera un escritor violento me hubiera
detenido sobre el asesinato de la mujer; hubiera buscado efectos truculentos, habría
hecho que el hombre la poseyera y la estrangulara después, en cambio, ahí
Borges dice simplemente:
...Esta mañana la maté. Y no digo en qué
forma lo hizo, si la estranguló o no, pudo haberla matado también de una
puñalada, ¿verdad? Pero no, simplemente revela que la mató, es muy claro, y no
necesariamente narro la situación en forma sórdida. En verdad, la historia de
La intrusa es un relato verídico que alguien me contó, así es que si se me
acusa de escritor violento, es una acusación del todo falsa.
-Usted ha afirmado que toda la literatura es
autobiográfica.
-¡Qué raro, estoy de acuerdo con lo que he
dicho! (risas)
-¿Se debe entender esto literalmente?
-Y en todo el sentido de la palabra.
-¿Cómo no quiere, entonces, que se insinúe que
ha llevado, en verdad, una vida, digamos, azarosa?
-(risas) Pero hombre, tiene usted razón...
sin darme cuenta he confesado ser un asesino, aunque, claro, todos los hombres
han matado a una mujer en su memoria, por lo menos una vez en la vida. Yo a una
la maté dos veces. Primero en un cuento y luego en mi memoria, y fui condenado,
porque el cuento tuvo un relativo éxito acerca de cuya protagonista hasta ahora
me suelen preguntar.
-¿Se puede decir, entonces, que en cierto
sentido toda la literatura es realista?
-En cierto sentido, sí. Porque todo lo que
nace del hombre es real. Pero si entramos en géneros y esas cosas, hay quienes
van a discrepar. Un cuento mío, El Sur, lo concebí como relato realista, sin
embargo, por informes de algunos amables lectores, creo que puede leerse,
digamos, de tres modos distintos. Pero yo lo escribí con una intención
realista. La historia narra un accidente, una operación que me sucedió a mí;
usted, si quiere, puede tocar aquí, en la cabeza, están todavía las huellas del
golpe que recibí. Son hechos reales, por lo tanto el cuento puede ser leído en
esa forma y resulta aceptable. Pero también como una alucinación del personaje
bajo los efectos de la anestesia: lo que sugiero por diversos detalles. Por
ejemplo, el protagonista no llega a la
estación que esperaba, El Sur, sino a un lugar que le recuerda una lámina de un
libro francés. Así, el dueño del comercio se parece a uno de
los enfermeros. Además, él lleva consigo un ejemplar de Las mil y una noches,
que tenía cuando sufrió el accidente. Y podemos ver otro sentido, quizás menos
importante, y es el del protagonista que se ha pasado la vida pensando en el
Sur sin conocerlo mucho; luego, cuando llega al Sur, el Sur lo mata.
-¿La muerte estaría representada por el
gaucho?
-Así es, por el gaucho viejo sentado en el
suelo que le tira un puñal, que no le servirá para defenderse, sólo le servirá
para que lo mate. De modo que también se podría interpretar, no como pensaba
Wilde de que cada uno mata lo que más quiere, sino de que lo que más se quiere
es lo que lo mata a uno. Es decir, cualquier persona puede encarcelarnos, puede
desterrarnos... pero hacernos sufrir íntimamente, eso sólo puede hacerlo la
persona que queremos. Si yo no quiero a una persona, ¿qué importa la opinión
que esa persona tenga de mí? Usted debe saber que es invulnerable ante sus
enemigos, la única persona que lo puede destruir es la persona a quien ame;
trate de no olvidar esto que le dice un hombre anciano. El hombre, en verdad,
sólo es débil ante quien quiere, y, a fin de cuentas, ese es el sentido único
que tiene El Sur, al menos, ese es el real que yo pretendí porque es el que yo
sabía, porque cada uno escribe de lo que sabe o no es verdad. Lo verdadero es
el primer síntoma del acto de escribir. Si un escritor no cree en lo que está
diciendo, o duda, se reflejará en el lector, y éste abandonará el libro.
Cualquier narración o poema debe ser escrito como un hecho posible dentro de su imposibilidad, o sea, la verdad es un
fenómeno que debe estar implícito, ajeno al tema mismo.
-¿La verdad se puede acentuar de alguna
manera?
-Yo creo que sí, por ejemplo, siendo claro
en lo que se dice, porque sin duda la claridad es una forma de la verdad.
-¿Usted piensa que hoy los escritores apelan
a la verdad?
-Yo pienso que hoy se escribe de cualquier
modo, no se cuida ni el estilo. Pienso que ahora se escribe al azar y de un
modo oscuro, olvidando que la claridad, además de ser una forma de lo
verdadero, es una forma de cortesía para el lector.
-Entre dos cualidades como el ingenio y la
sabiduría, ¿cuál conviene más cultivar a un escritor?
-Conviene que un escritor tenga ingenio,
pero el ingenio aporta sólo la alegría, mientras que la sabiduría puede
entregar la felicidad. Cuando digo que el ingenio pasa y la sabiduría perdura,
lo digo por una serie de razones éticas, por lo que la frase no es vulgar. Casi
siempre las manifestaciones de mucho ingenio están relacionadas con la vanidad,
y la vanidad en una obra de arte siempre está en contrapunto con su valor
ético. No es ético el exhibicionismo, pero sí es ética la sabiduría, la razón y
la inteligencia. Oscar Wilde, por ejemplo, es uno de los hombres más ingeniosos
que se han dado en las letras, pero le faltó una personalidad inteligente capaz
de compensar todo ese derroche de ingenio. Creo que un escritor además ocupa la
razón y el conocimiento, que vienen a dar la redacción y el orden al caos de
símbolos y de imágenes que entrega la pasión.
-¿Por la pasión es que se gesta una obra de
arte?
-Sin dudas. La pasión es lo primero que
gesta una obra, aun cuando escritores como Poe, atribuían una importancia
trascendental a la razón.
-¿Sería también síntoma de la época en que
vivió Edgar A. Poe?
-Naturalmente. Poe vivió en una época en que
la inspiración tenía un sitial de honor, de suerte que tenía que reformular
toda una estructura para que las personas le aceptaran como un hombre capaz de
inspirarse; es la razón de que las ideas literarias de Poe dejen entrever la
mano de un escritor que ha preparado una versión científica de los hechos.
-Lo que le lleva a inventar la novela
policial.
-Exactamente. Sus ideas fueron
posteriormente utilizadas por Conan Doyle y por Chesterton en sus respectivas
obras, a pesar de que la difundida creencia según la cual el crimen es posible
descubrirlo por el uso del razonamiento es tan falsa, que el mismo Conan Doyle
debió experimentarlo, cuando una vez fue requerido para solucionar un asesinato
ocurrido en Constantinopla, descansando en la base de que él había creado un
detective de la categoría de Sherlock Holmes, y por lo mismo, debía estar
capacitado para dar con la clave del crimen, lo que no hizo, por cierto.
-Formalmente, ¿cómo identificamos una novela
policial?
-En la novela policial todo debe ser
justificado, hecho lo más difícil de lograr, y que es lo que quita vida a la
mayoría de los intentos que se hacen. Es significativo que Poe, en quien
reconocemos al inventor del género, escribió más cuentos que novelas, porque lo
policial tiene su mejor forma en un cuento y no en una novela, porque el cuento
no necesita ripio y además de policial ser satírica o sicológica o con una
contrapartida de violencia y sexo, que sólo hacen perder su tiempo al lector.
-Usted nunca se ha declarado, precisamente,
partidario de escribir novelas.
-No soy lector de novelas ni podría ser un
escritor de novelas. He leído, naturalmente con mucha gratitud, el Quijote, a
Tolstoi y otros, pero sé bien que, ante todo, doy demasiado culto a la pereza,
y toda novela exige demasiado trabajo, generalmente para
"justificar", como dicen los editores, las trescientas o
cuatrocientas páginas.
-¿Cuál es para usted el género ideal para la
literatura?
-Yo creo que el cuento. En el cuento todo
debe ser breve y esencial. En la novela todo tiende a la lentitud, todo parece
estirarse, es algo monótono. Un cuento es casi como un soneto; por eso puedo
abarcar con la conciencia un cuento, pero no una novela. Es cuestión de leer a
Kipling. Siempre vuelvo a mis lecturas de Kipling. Una novela es una serie de capítulos y hechos
que no sé hasta qué punto pueden ser visualizados por el autor. Mis opiniones
no significan que no haya gozado con las novelas de Conrad, Flaubert, Dickens o
Dostoievski...
-Usted ha dicho que la novela es una
degeneración de la épica, ¿refiriéndose en qué sentido?
-En el sentido de que los personajes de la
épica son ejemplares, y en la novela pueden no serlo, lo que la hace un género
poco ético. Desde luego, todo esto quizás obedece a una incapacidad mía, nada
más.
-Se dice que el lenguaje, independientemente
del idioma que sea, está en crisis debido a los ríos de comunicación masiva que
circulan en la actualidad, a partir de la televisión.
-Yo no sé lo que quiere decir una crisis;
diría mejor que lo que hay es una ignorancia general. Al encontrarme en España
me llamó la atención que los hombres de letras no pronunciaban correctamente
los nombres de autores que debían conocer. En los países de habla inglesa se
pasó del inglés al inglés de Hollywood, y luego se pasó del inglés de Hollywood
a la ignorancia total.
-¿Se debe a que la gente lee menos?
-No. Se debe a que simplemente la gente no
lee. Lo que se lee hoy son trivialidades en los diarios, repatriaciones de
cadáveres, por ejemplo, o crímenes o suicidios, cosas banales; mire, me ha
tocado hablar con hombres de letras en Norteamérica y decirles: Dígame, ¿usted
ha leído La Eneida, el Quijote, Macbeth? No, no habían leído nada. En cambio,
se interesaban por tal equipo de béisbol, si había ganado o había perdido, que
es lo mismo, pues se entiende que si perdía un día ganaba al otro.
-Usted no lee periódicos, ¿por qué los
repudia?
-Porque están hechos de prisa. Es una razón
suficiente, ¿no?
Vamos caminando por Florida, una persona nos
detiene y le dice a Borges:
-Créame
que he sentido que no le dieran el Premio Nobel.
-¿Por qué? -le respondió-. ¿Usted ha leído mis libros?
-No
los he leído, pero yo quería que lo ganara un argentino.
-Bueno -dijo-, entonces que le den el Premio
al vigilante de la esquina, que sin duda es tan argentino como yo. ¿Qué importa
la nacionalidad? Es lo mismo nacer en Buenos Aires que en Montevideo...
Pero ya el hombre se había retirado sin
despedirse, visiblemente decepcionado; notándolo, Borges comentó:
-Yo supuse que él deseaba dialogar, y estaba
dispuesto a escuchar su argumento, pero no soportó las palabras y se fue: la
huida silenciosa es un resto que nos quedó de la magia, cuando con las palabras
se construían seres a manera del Gólem, un doble, el otro. No me parece, sin
embargo, que las palabras sean tan importantes como muchos suponen. Pero,
hablemos de otra cosa...
La curiosidad de Borges va, en el tiempo, de
lo actual a lo arcaico, y, en el espacio, de lo cercano a lo muy alejado; de
una pelea entre cuchilleros en las orillas de Buenos Aires a las sagas
escandinavas. Toca el extremo Oriente; toca el extremo Occidente. Toca a los
árabes y a los judíos y los persas. Su saber no es el del historiador, el del
filólogo o el del crítico: es un escritor, y, en verdad, escribir es lo único
importante en su vida; por eso su sabiduría es activa, reteniendo lo que le es
útil y desechando lo demás. Suele decir: "Los escritores somos capaces de
comprender cualquier tipo de gente, pero no tenemos la ductilidad misma para
aceptar cualquier manera de pensar; las maneras de pensar distintas nos
apartan". A pesar de la paradoja de su
ceguera, su visión es única, no por lo que ve en su recuerdo y vive,
sino por el lugar desde donde ve al mundo y se ve a sí mismo. Hablo de un punto
de vista más que de una visión. Él cree que la inmortalidad, los infinitos y la
eternidad no ocupan más espacio que una página. Por eso practica los géneros
llamados menores, porque sabe que la perfección no tiene tamaño. Le pregunto
para qué sirve la literatura, dice:
-La literatura ante todo sirve para la
felicidad.
-¿Cómo inicia usted el proceso creativo de
una obra?
-Yo al escribir comienzo por una cierta
revelación; pero entienda que uso esa palabra de un modo humilde, modesto, no
ambicioso. Es decir que de pronto sé que va a ocurrir algo y eso que va a
ocurrir puede ser, en el caso de un cuento, el principio y el fin. En el caso
de un poema, no: es una idea más general, y a veces ha sido la primera línea.
Es decir, algo me es dado, luego yo intervengo, y se echa todo a perder... (ríe)...
es una broma, pero ¡siga usted hombre!
-¿Qué finalidad cree usted que tiene la
literatura, un libro?
-Tiene un fin, digamos, eterno, que es el de
conmover, el de emocionar.
-¿Piensa igual de las otras artes?
-Pienso responderle que sí, pero sólo puedo
hablar de literatura, de lo cual tampoco estoy muy seguro. Hay muchas cosas de
las cuales no estoy seguro... de eso sí estoy seguro (ríe) ¡Pero pregunte
hombre!
-Cuando usted veía, ¿llamaban su atención
las artes plásticas?
-No mucho, aunque, claro que ha habido
pintores que he admirado: el Tiziano, Rembrandt, Turner y algunos
expresionistas alemanes.
-¿La música le ha entusiasmado?
-Nunca he sentido demasiado la atracción que
la música ejerce sobre otras personas. Usted sabe que me agradan algunos
tangos, hasta antes de Gardel, digamos. En algún momento me ha entusiasmado
Brahms, y descubrí que me alteraban negativamente los temas de Debussy y
Wagner. Ese es el principio y el fin de mi conocimiento musical, por lo que
reconozco que soy muy ignorante al respecto.
-Hay quienes dicen que todas las artes
aspiran a la condición de la música...
-Eso lo debe decir un músico, ¿no? (ríe).
Mire, puede ser verdad, pues en la música se funde invisiblemente la forma y el
contenido, por eso una melodía no es traducible en otra. Sin embargo, debo
decirle que el escritor intuitivamente tiene un sentido musical, pues escribir
significa también hacer música. Es muy, muy importante el sonido de las letras,
eso lo sabe un escritor desde siempre, tanto que al respecto se ha estructurado
toda una ciencia; me refiero a la “qabbalah”,
puede escribir la palabra como se la dicto, que en hebreo quiere decir
"tradición". En un principio se dio este nombre a los libros bíblicos
posteriores al Pentateuco, en especial a los proféticos; después se aplicó a un
conjunto de creencias teosóficas, que, con un método esotérico que incluía
sonidos, y aún con números, buscaba doctrinas ocultas. Propone la qabbalah
conciliar la existencia de lo finito con lo infinito. La existencia de un punto
que los contiene.
-¿A usted le parece posible?
-¿Por qué no? Es tan raro el mundo...
-En diversas oportunidades han puesto música
a algunos de sus poemas, ¿qué piensa al respecto?
-Quienes lo han hecho son muy gentiles de
preocuparse de mí, pero nunca he estado de acuerdo, pues creo que el poner
música, la que sea, a los poemas, por ejemplo, de Verlaine que hemos escuchado,
se comete un error, porque de hecho la música ya se encontraba en las palabras.
Claro, puede ser que se considere que mi poesía carece de musicalidad, y en ese
caso, lo entiendo perfectamente (ríe). Vea usted, por esta razón de la música
original que tiene la palabra, es por lo que pienso que la literatura debe ser
leída en el idioma en que fue concebida.
-Sin embargo, usted ha entregado algunas
traducciones.
-Así es. Pero las traducciones que he hecho,
las he realizado por encargo y no por decisión personal, digamos que he
traducido también como trabajo para ganarme el pan. Pero nunca traduje con
mucho entusiasmo. Me he acostumbrado a leer a los autores en su propia lengua,
por eso sé que es muy difícil hacer una bella versión a otro idioma, porque la
música de la palabra es apreciable en plenitud sólo en la propia lengua en que
el poema o escrito fue concebido. Entonces, creo que siendo substancial a la
literatura la música, está de más musicalizar un texto poético. Por la misma
razón descreo de las traducciones desde el título del libro mismo; por ejemplo,
Crimen y Castigo de Dostoievski, debieran ser Culpa y Expiación...
-¿Por qué difiere de su estilo habitual La
metamorfosis de Kafka que se anuncia traducida por usted del alemán?
-Simplemente porque yo no soy su autor. Una
prueba concreta, aparte de mi palabra, que en sí es una prueba, es que,
conociendo algo del alemán, tengo plena conciencia de que la obra se llama La
transformación (Die Verwandlung) y no La metamorfosis (Die Metamorphose). De haber
sido el traductor, sin duda que la habría titulado La transformación...
-¿Por qué le atribuyen a usted esa
traducción?
-Es un misterio. Pensemos que se debe al
hecho de que por ser yo traductor de otros cuentos de Kafka, que se incluyen en
el volumen en que aparece Die Verwandlung, se me atribuyó el total del libro,
utilizando alguna anónima versión que andaba rondando; por la estructura,
pienso que debe pertenecer a un traductor español.
-Sin embargo, ¿no le parece que las
traducciones son imprescindibles?
-No sé si existe algo imprescindible.
-Digamos entonces, ¿le parece que sí son
necesarias?
-Me parece, pero no dejo de pensar que no me
agradan.
-¿Cómo se podría mejorar una traducción?
-Yo no lo sé. Sí le puedo decir que comparto
la idea de Arnold en el sentido de que las traducciones literales no son correctas. Un ejemplo típico
son los saludos. Si uno traduce
literalmente del inglés good morning,
se encuentra diciendo algo así como buena mañana, lo que es improcedente en nuestro
idioma, del mismo modo que sería absurdo traducir nuestras buenas noches al
francés con una idea como bonnes nuits,
que sería el equivalente del bonsoir,
que sí es correcto.
-¿Qué piensa de la traducción de los
nombres?
-Me opongo tenazmente a ello. Sólo sirven
para ofender a las personas; los nombres propios son intraducibles y se deben
dejar impolutos. Alfonso Reyes me decía en broma que debiéramos traducir los
nombres de Bernard Shaw por Bernardo
Sabio y el de Jean Cocteau por el de Juan
Coqueto. Una vez me preguntaron qué pensaba de españolizar el nombre viking
por vikingo; respondí que no era
problema y que de una vez llamáramos a Kipling, Kiplingo, y a Balzac, Balzaque
(ríe)... pero le digo: no creo en las traducciones, y así lo he dicho en mis
clases.
-Como profesor, ¿cuál ha sido su principal
preocupación?
-Enseñar que la literatura es un placer,
para lo cual he comenzado por no martirizar a los alumnos. He sido profesor de
literatura en la Universidad Católica, aunque ciertamente no soy católico, en
la Universidad de Buenos Aires, en Texas, en Austin, Nueva York, Harvard,
Cambridge y Ginebra. Como ve, no soy regionalista. Creo que, en general, uno de
los males de nuestra época consiste en exagerar las diferencias entre un país y
otro; siendo que la juventud es muy parecida en todas partes del mundo. Un
joven es universal.
-¿Cómo ha planteado su relación con los
estudiantes?
-Bien, ¿no? De igual a igual. Por ejemplo,
nunca les he exigido que sepan fechas, yo mismo las ignoro. Desde luego, es
conveniente situar a un autor en determinada circunstancia histórica, pero es
menos importante que el goce de la obra. Algunos profesores le dicen al alumno:
"Hábleme del segundo acto de Hamlet". El alumno no sabe, entonces el
profesor dice: "¡Queda usted aplazado!". ¡Y es como si Shakespeare
hubiera sido aplazado! Porque la división en actos y escenas es posterior a la
época en que vivió Shakespeare, ¿no? Cuando se representaban sus piezas
originalmente, se hacía desde el principio hasta el fin. Si a mí me preguntaran
acerca de lo que dice en la página ocho de El Aleph, también quedaría aplazado,
porque de la página ocho de ese cuento no recuerdo absolutamente nada. Es que a
algunos profesores les gustan mucho las fechas, y una infinita variedad de
datos; yo, como he tomado la precaución de ser ciego, estoy defendido de los
ficheros. Estoy defendido de acumular datos que jamás nunca ocuparé. Yo pienso
que esta práctica de ciertos profesores es una oculta forma de exaltar su
superioridad a costa de exaltar las flaquezas del alumno. Es como si le
dijeran: "¡ah, no sabe usted cuándo nació fulano, qué ignorante es
usted!"
-También algunos escritores resaltan las
debilidades del hombre...
-Hoy, casi todos. Antes era otra la idea de
la literatura; algunos llegaron a obligarse a crear solo personajes moralmente
perfectos, lo que es muy difícil. No todos los escritores son capaces de
imaginar héroes, como narra toda la Épica, como los imaginaron quienes
escribieron La canción de Roland, El cantar del Mío Cid o la gesta sajona,
algunas de las sagas escandinavas, la épica griega...
-¿Cómo le ha inspirado la literatura griega?
-En un aspecto muy importante. Vea usted: yo
nunca escribo algo sin tener una pequeña conciencia de cómo empieza y cómo
termina la idea que quiero trabajar, o sea, mi literatura es sólo el intento de
encontrar un camino entre lo que conozco del comienzo y del fin, tal como los
pensadores de la Grecia antigua. Entonces, le puedo decir que mi idea de lo que
es la literatura como proceso, la he tomado de los pensadores griegos. Aunque,
en otro aspecto, hay héroes de su literatura que, francamente, me desagradan.
Como Aquiles, que me parece detestable; la idea de que sea un desertor del
ejército y únicamente pelee cuando han matado a su amigo Patroclo, es horrible.
Sin embargo para los griegos es un héroe...
-Se dice que el trabajo del escritor es algo
inútil, usted ¿qué cree al respecto?
-Tal vez se considere que este trabajo es
encerrarse en una torre de marfil. Pero el hecho de encerrarse en una torre de
marfil y pensar en otras cosas tal vez sea también una manera de modificar la
realidad. Porque cuando estoy corrigiendo un poema, un libro, eso puede ser tan
real como cualquier otra cosa. Creo que en general la gente se equivoca cuando
piensa que la realidad representa lo cotidiano y que lo demás es irreal. A la
larga las pasiones, las ideas, las conjeturas, suelen ser tan reales como los
hechos cotidianos, y además suelen producirlos. Creo que todos los escritores
del mundo están influyendo en la vida realmente.
-La literatura actual, ¿qué tipo de
personalidad cree usted que pretende revelar?
-Estoy muy desorientado en ese aspecto. Yo
diría que ahora lo que el escritor quiere revelar son seres desdichados y muchas
veces diabólicos, ¿no? ¿Cómo se llamaba esa película que vimos ayer de la niña
horrible y el cura?
-El exorcista.
-Son personajes diabólicos, ¿no? Y es la
literatura actual: hoy los escritores no son capaces de imaginar héroes.
Durante el siglo XX la literatura no insiste en las capacidades del hombre,
sino en sus flaquezas. Por lo demás, la literatura existencial me parece
decididamente inmoral.
-¿Será por pensar así que a usted se le ha
llamado "forastero en el siglo XX"?
-Yo creo que es más bien porque nací en el
siglo XIX (ríe). No es una broma: nací en 1899. Es raro, vea usted, hay días en
que me levanto sintiéndome el más viejo del mundo. Otros días, sin embargo, me
levanto sintiéndome el más joven del mundo, ¿no le parece raro?
-Es su estado de ánimo, pero ojalá siempre
se levantara sintiéndose el más joven...
-Gracias, pero creo que sería bastante
aburrido también, ¿no cree? Cuando yo era joven, no me recuerdo recién
despierto sintiéndome viejo. ¿Usted se ha despertado sintiéndose anciano?
-No, señor.
-¡Y sí! Lo normal cuando uno es joven es que
se identifique con héroes, que siempre son fuertes y sabios, por eso creo que
es tan importante que la literatura aporte modelos válidos con los cuales la
juventud pueda identificarse. Por eso abomino de la literatura actual, porque
los personajes son francamente idiotas. ¿A usted le gustaría levantarse un día
sintiéndose ese tal exorcista de la película?
-No, señor.
-¡Claro! Sería horrible para un joven
levantarse sintiéndose un personaje de la literatura actual, por eso me parece
inmoral que los escritores les den esos modelos. El principio de la literatura,
la epopeya de todas las naciones se basa en la creación de personajes dignos de
seguir por su ejemplo. Cuando Virgilio dijo: Armas virum quecano... (Canto
a las armas y al héroe...), creó, en
verdad, un arquetipo. Es raro que en nuestros días se haya perdido el sentido
de lo épico, pero el hecho es que se ha perdido.
-¿Qué razón le atribuye usted?
-Yo creo que es por incapacidad de los
escritores. No me cabe duda que muchos autores de estos días escriben lo
primero que les pasa por la mente, escriben como dando culto a la casualidad.
En el siglo XIX había una gran preocupación por cuestiones como el estilo...
-¿Sigue siendo vigente?
-Por supuesto. Un estilo aburrido evidencia
a un escritor aburrido, un estilo descuidado evidencia a un autor descuidado.
No hay duda de que un buen estilo es una especie de amabilidad y gentileza del
autor hacia sus lectores, puesto que un
trabajo mal acabado y poco claro niega el sagrado derecho del lector a
obtener placer de su lectura: quizás una de las culpas más notorias de esta
falta de estilo es que los lectores de hoy son satisfechos por autores que no
leen; no puedo entender a los escritores que prefieren un diario a un buen
libro, porque todas las personas que están interesadas en la literatura deben
interesarse en el lenguaje que ocuparon los anteriores a él. Pretender obviar
el lenguaje de los escritores anteriores, que es el "cómo" vieron el
mundo, es una aberración. Ahora, al cabo de muchos años de trabajo, creo que
conviene escribir con vocabulario muy simple y pensar en un personaje muy
olvidado por los escritores de nuestro tiempo: el lector. Es decir, hacer que
la lectura sea fácil para él, no tratar de confundirlo. Claro que actualmente
brindar un estilo o no hacerlo, es casi lo mismo, porque más que una falta de
estilo lo que hay es una ignorancia generalizada.
-¿Es una de sus bromas?
-¿Usted qué cree? Para lograr escribir de
una manera decorosa, para mí ha sido necesario llegar a los setenta años.
-¿Qué es escribir de una manera decorosa?
-Es escribir de un modo más o menos
sencillo, tratando de hacer honor a la frase de George Moore de escribir de un
modo casi anónimo.
-¿Se podrían indicar otras causas que
influyan en esta falta de sencillez que usted acusa?
-Se debe también a que hoy no se cuida tanto
la forma como el éxito. Cuando he estado en Estados Unidos, me preguntaban cuántos libros tenía publicados,
o cuántos ejemplares tenía vendidos, y yo no tengo la menor idea; ni siquiera
me he enterado de cuántas obras mías han sido traducidas ni a qué idiomas.
-¿Qué responde usted a esas preguntas?
-Les contesto que no soy ni librero ni
editor, así que malamente puedo saber esos datos; es muy molesto ese tipo de
cuestionamiento.
-¿Qué otras preguntas le molestan?
-En Estados Unidos siempre insisten en saber
acerca de mis ingresos como autor, y debo aclarar que no vivo de la literatura,
sino de mis dos jubilaciones, como director de la Biblioteca Nacional y como
profesor de la Universidad. Si yo debiese vivir de las regalías de mis libros,
no podría hacerlo, pero es que en Estados Unidos los escritores sí pueden vivir
de sus libros; aunque sometidos a una serie de imposiciones: deben tener
cuidado de no ofender a nadie, no pueden decir nada contra los negros, judíos,
o sudamericanos, contra los ingleses sí que pueden hablar y contra los
mexicanos y centroamericanos; les exigen en sus obras una dosis de lo que se
podría llamar acá obscenidad, pues cualquier escrito con pretensiones de éxito
no debe ser sólo licencioso, sino definitivamente obsceno. Se me hace raro
tener lectores en Norteamérica.
-¿Cómo ha sido su relación con los jóvenes
que le ha tocado trabajar en los Estados Unidos?
-Muy curiosa, pues, contradiciendo lo que yo
creía, en el sentido de que los Estados Unidos tiene las mayores bibliotecas
del mundo, a las que nadie entra, me encontré
con jóvenes que conocían mi obra mucho mejor incluso de lo que la
conozco yo, y eso me llevó a decirles que, si bien es cierto que yo soy el
autor de mis escritos, ellos los han analizado más profundamente, por lo cual
creo que el trabajo que he hecho les pertenece más a los jóvenes que a mí; siempre
mi experiencia con los jóvenes es muy vital, quizás si usted pueda afirmarlo.
-Por supuesto, señor.
-Yo sólo escribí mis textos y de inmediato
pasé a otra cosa. Son amables los jóvenes conmigo. He encontrado en Nueva York
una hospitalidad, una cordialidad que realmente me ha asombrado, que casi me ha
dado miedo. He oído en el norte aplausos que no había oído nunca en mi vida.
Aquí en Buenos Aires la gente me aplaude, es cierto, pero más bien con
indulgencia. Han dicho que iría a vivir definitivamente en Norteamérica. Sería
otra broma de Borges. Pero nunca lo he dicho. A veces siento en Argentina que desean
que me vaya y es una sensación muy desagradable... Si yo pienso en Estados
Unidos, pienso en las casas de New England, pienso en esas casas de ladrillo
rojo, o en esa especie de paredones de madera que uno ve en el Sur del país;
pienso en un tipo de vida en que las cosas están hechas para ser usadas, no
para ser veneradas. Y pienso con afecto en escritores que han significado mucho
para mí, en Emerson, Whitman, Thoreau, Melville, Henry James, Hawthorne... Una
de las ventajas que tenemos los latinoamericanos sobre los americanos del Norte
es que podemos comunicarnos entre nosotros con más facilidad. En cambio, cuando
voy noto entre los norteamericanos como
una dificultad para hablar y comunicarse; y para disimular esa dificultad
tienen muchos ritos y forman sociedades, y hacen congresos con personas que
llevan una tarjetita con su nombre. Todo eso es como un simulacro patético de
amistad, o de estar en compañía. Nunca he estado en Estados Unidos más de seis
meses, pero ¿qué hice durante ese tiempo, fuera de gozar del país y de los
amigos? Dicté cátedra de literatura Argentina. Es decir, fui a hablar de
Leopoldo Lugones, de Banchs... y no creo que eso sea traición y signifique que
me he vendido a los Estados Unidos, como se ha dicho, lo que es totalmente
injusto. Desde luego que me pagaban por hacer ese trabajo, pero es que si no me
hubieran pagado, ¿de qué viviría? Yo no soy un hombre rico. En cambio, hay una
gran cantidad de gente que se pasa la vida viajando y no hacen absolutamente
nada por su país, salvo dejarse estafar por dudosos lujos en el extranjero.
-Usted vive modestamente.
-¡Por supuesto! En un mundo con gente
muriendo de hambre, es una canallada vivir como viven algunos. A mí me
desagrada el lujo, me parece una de las formas de la vulgaridad. En esto las
revistas y los periódicos tienen buena parte de la culpa, pues proponen como
admirable la vida social de las clases adineradas. No sé quién me hablaba del
Príncipe de Mónaco: bueno, le dije, ¿quién es ese señor? es el dueño de un
garito.
-¿Qué piensa de la moda?
-Que obliga cada año a que las personas
cambien de gusto. Y todo el mundo acepta eso, yo no lo entiendo, y me parece
muy triste ver cómo las mujeres se dejan manipular tanto en este sentido.
Entiendo que esto lo leerán en "Vogue", una revista que mi madre
veía; traía escritos de Ernest Hemingway, y recuerdo algo de Truman Capote,
siempre se rodeó de lo excelso. En cierto sentido es lo clásico de la moda, lo
efímero dentro de lo efímero que resulta la vida.
-Ya sabemos que en general tendemos a
ubicarnos en una clase social por cierto convencionalismo, usted, ¿dónde se
ubica?
-Me ubico trabajando. Entiendo lo que me
pregunta, y le puedo responder que no creo que las clases altas sean las que
más pueden, sino las que más tienen. No es noble quien hereda un título, es
noble quien se comporta como tal.
-Lo entiendo, pero me refería a que usted
antes habló de "lo excelso", entendiéndose que cree en una
contrapartida...
-Sin embargo, le puedo decir que soy un
hombre de clase media, al cual lo mismo que la pobreza le desagrada la riqueza.
Sé que los hombres ricos son generalmente ignorantes, y yo puedo aceptar a una
persona así todos los demás le rechacen, pero una persona ignorante me es
francamente insufrible. ¿Por qué?, dirá usted. Y le respondo: porque con una
persona ignorante no se puede conversar, porque no sabe escuchar, y los ricos
generalmente no oyen a nadie, lo que también es un síntoma inequívoco de su
ignorancia. En todo caso, yo con quien puedo conversar puedo hacer casi todo lo
demás en la vida.
-¿De dónde nace la necesidad de conversar?
-Curiosa pregunta... nace del deseo de
vivir, ¿no? Siempre la conversación refleja cosas que están en el inconsciente,
cuestiones oníricas, como la literatura. Me agrada leer algo que me produce la
sensación de que me están hablando, aunque a muchos no les gusta. Yo no creo
que sea un defecto, porque es una manera de observarse a sí mismo, que, por
supuesto tiene el riesgo de hacernos más egoístas. En este aspecto creo que el
psicoanálisis (por cierto, no entiendo nada de medicina) puede ejercer una mala
influencia; conozco a muchas personas que han sido psicoanalizadas y están
vigilándose día y noche, lo que es una complejidad espantosa ¿no cree? Yo no
creo que la gente comúnmente esté observándose siempre, pues serían muy
desdichados.
-Entonces, usted ¿no es observador de sí
mismo?
-No. De mí mismo no, aunque me entretiene
observar ciertas reacciones de Borges, que no soy yo mismo, es el otro. Me
agrada verlo a veces invadido por ciertas rachas de felicidad, que
afortunadamente comparte conmigo. Hoy en la mañana, por ejemplo, le cuento,
Borges fue inesperadamente feliz cuando usted me dijo que nos acompañaba una
avecilla blanca durante nuestro paseo por Florida. A través de sus ojos pudimos
verla, y nos invadió cierta emoción que quise reprimir, pero Borges, el otro,
decidió que lo mejor era entregarnos a esa racha de felicidad, porque si uno se
pone a meditarla se da cuenta que le sobran razones para no ser feliz. Son
escasas hoy las aves en Florida: a esa avecilla blanca yo la sentía aletear
mientras caminábamos... no sé si nosotros la soñábamos o ella nos soñaba a
nosotros, pero fue un sueño feliz...
-¿Será feliz la gente en ciertos lugares más
que en otros?
-Yo no lo creo. Aunque algunos dicen que en
los países en que hay más acceso a los bienes materiales se es más feliz, pero
el hecho es que en los Estados Unidos se consume mucho alcohol, y la gente
feliz no es alcohólica, algo que podría justificarse en un país frío, ¿será
también la causa de que exista tanto alcohólico en Rusia? Porque en Rusia los
inviernos son mucho más fríos que los nuestros.
-¿Será la razón de que casi todas las
novelas rusas insistan en el verano?
-En efecto. Recuerdo que Dostoievski inicia
su Culpa y Expiación una noche muy
calurosa de julio...
-Para ellos el verano es casi idílico.
-Y para nosotros ciertamente no deja de ser
intolerable, ¿no? Y nuestros inviernos son muy gratos, porque frío casi no hay,
por lo pronto no hay nieve, aunque en el sur tenemos ciudades con nieve todo el
año, en Argentina como en Chile, pero casi no cae nieve en Santiago ¿no? Yo ni
siquiera recuerdo haber sentido frío en Buenos Aires. Cuando Emerson conoció a
Sarmiento, le preguntó: ¿Usted, de dónde
viene? El otro contestó: De la
Confederación Argentina. Y Emerson dijo: ¿Tienen ustedes nieve? Y Sarmiento respondió: Bueno, creo que no. Y, con escasa caballerosidad, Emerson dijo: En tal caso no estoy interesado en ustedes
(ríe). Es que Emerson pensaba que era necesario un país frío para producir
gente dura.
-¿Usted está de acuerdo?
-Sí. Sí creo que un país cálido propicia la
debilidad. Los países cálidos no han producido absolutamente nada, salvo
nacionalistas que imitan a Hitler, como en el África Central y en el Caribe.
Bueno, también producen esclavos. Carlyle, quien era partidario de los estados
del Sur durante la guerra de Secesión en Norteamérica, prefería la esclavitud a
la libertad de los negros. La razón que dio es que es más cómodo tener
sirvientes para toda la vida (ríe). No pensaba, por supuesto, desde el punto de
vista del esclavo, sino del interés personal. Carlyle también solía decir que
el arte de escribir es la cosa más milagrosa de cuantas el hombre ha imaginado.
Y puede ser cierto si pensamos en Dios como en una invención de la literatura.
-¿Qué relación existe entre la idea de crear
atribuida al hombre, con la idea de crear atribuida a Dios?
-Veamos. Por favor, tome usted el libro que
estamos consultando. Ahora busque la palabra crear. Me parece que está junto a
formar. Ahora léame:
-"No deben confundirse crear y criar.
Quien crea inventa. Quien cría mantiene. Dios creó al mundo. La madre cría su
hijo. Crear de formar: forma se deriva del griego morpha, en virtud de un
trastorno de letras que se llama metátesis..."
-Vea usted. Crear tiene un origen muy
extraño, muy significativo, muy sabio y muy bello. Tanto nuestro crear como el
creare de los latinos, y el crèer de los franceses, se derivan de una radical
del idioma sánscrito, la radical kri, que es la misma que entra en crecer, o
sea, los verbos crear y crecer son etimológicamente sinónimos. Parece que la
vida, al salir del caos, hace cierto rumor, y este susurro está expresado por
la radical kri, como en criatura. Esta preciosa etimología, preciosa por lo
poética, es una gala verdaderamente admirable de la fecunda imaginación
oriental. Parece que el cri que entra en criatura es un grito de la existencia.
Pero siga...
-"Formar no es más que reunir formas,
darles unidad, fuerza, cohesión, ponerlas en sistema o en serie. Crear es sacar
de la nada..."
-Cavar dal nulla, como dicen gallardamente
los italianos, pero siga usted leyendo...
-"El hombre forma. Dios crea. Un
comerciante forma una sociedad. Cervantes crea el Quijote. Dios es el creador
desde la eternidad. El genio del hombre es el creador desde el mundo. El crear
es muy raro. El formar es muy común, pues apenas hay criatura que no forme su
castillo en el aire".
-Es una lástima que crear no tenga la misma
procedencia de genio. El idioma humano tendría de este modo una gran belleza
más.
-Entonces, ¿Dios nos crea para que nosotros
formemos al mundo?

Waldemar Verdugo Fuentes
"RECUERDO QUE LLORÉ CUANDO ME DIJERON
QUE UN HOMBRE CAMINABA EN LA LUNA..." (Borges))
SEGUIR A SEGUNDA EDAD
SITIO RAIZ: http://waldemarverdugo.blogspot.com
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